Durante la crisis del COVID-19 nadie ha dudado del gran esfuerzo que han realizado personal sanitario, miembros de los servicios esenciales como limpieza, comercios, bomberos o policías, pero casi nadie se acuerda de reconocer la labor de los maestros.
La Fundación Dolores Sopeña tiene suerte de contar con la inspiración de su fundadora, que trabajó siempre rodeada de limitaciones y dificultades.
En el Centro de Formación y Capacitación Sopeña Madrid contamos con un equipo de maestros (profesores, educadores, docentes… como les queramos llamar) que han hecho un gran esfuerzo para seguir dando clases a distancia y acompañar a cada uno de sus alumnos y, en muchos casos, a sus familias.
Como docentes han sentido la responsabilidad en este momento de seguir enseñando, pero cada uno de ellos ha sido también padre o madre, hijo, esposa, pareja, hermano, amiga, vecino y, como casi todo el mundo, han tenido que hacer frente a un sinfín de actividades: estudiar, trabajar, cocinar, cuidar y ayudar con tareas escolares… y todo ello al mismo tiempo.
Los primeros días de confinamiento, muchos estaban nerviosos y tenían problemas para dormir pensando cómo podían seguir dando las clases. Algunos hicieron un curso rápido online, vieron tutoriales en YouTube o les preguntaron a sus hijos. Y por fin, ¡¡¡en marcha!!!
Después hubo que hacer frente a otro problema: cómo llegar a esos alumnos, en nuestro caso adultos, cada uno con su realidad.
Padres y madres, muchos en ERTES, con problemas de espacio, algunos sin ordenador o con uno para toda la familia, sin posibilidad der wifi, sin datos, sin trabajo, con problemas de idioma…
Y eso sin mencionar las múltiples conexiones, el micrófono que no se oye, la cámara que deja de funcionar y otros pequeños inconvenientes que había que solventar sobre la marcha y que elevaban considerablemente el nivel de estrés.
Y aun así nuestros maestros no se dieron por vencidos. Siguieron inventando formas de llegar a ellos, por whatsapp, por teléfono, a través de compañeros, sin parar y, además, motivando para que no se descolgasen, escuchándoles en los peores momentos.
A cada uno lo que necesitaba, para que ellos tampoco se rindieran y tiraran la toalla.
Nuestros maestros deben guardar muy bien esas agendas y cuadernos donde han dejado anotado toda lo realizado cada día, para que cuando pasen muchos años puedan volver a mirarlas y se den cuenta de lo que fueron capaces de hacer.
¡Bravo por ellos!