El trabajo diario te dignifica, te da valor, te coloca, un poquito más arriba de dónde estabas ayer. El camino que eliges y sigues para acceder a ese trabajo y tu esfuerzo debe ser igual de motivador.
En nuestro Centro Sopeña Madrid vemos como según va avanzando el curso la expresión de los alumnos va virando de precavido y expectante a ilusionado y satisfecho.
Las conversaciones pilladas al vuelo nos dan idea del esfuerzo de cada uno. No siempre tienen un camino fácil. Escuchas como intentan compatibilizar estudios con trabajos, cuidado de familiares, un sinfín de otras tareas… Y aún así, acuden al Centro todos los días y todos los días te sorprenden con sonrisas frescas, ganas de aprender renovadas.
Al atravesar la puerta de entrada parece que se quitan la chaqueta de la rutina y entran con fuerza. Al salir, los alumnos lo hacen con más fuerza todavía: ruidosos, contentos, comentando lo que han hecho en clase. A veces no escuchas conversaciones concretas, sino que sientes un ‘run run’, de alegría en el ambiente.
Otras veces se ve el esfuerzo sobre sus hombros y el cansancio, claro. Y es en esos días cuando además ves otra cosa en sus miradas, los valores y la dignidad de la que hablábamos al principio. Y de espectador pasas tú mismo a alumno y aprendes, vaya si aprendes.
En el libro “Razones para la alegría”, José Luis Martín Descalzo puede darnos una pista de la motivación necesaria para ese estudio diario que aquí se realiza: ‘Tener un ideal, algo que centre nuestra existencia y hacia lo que dirigir lo mejor de nuestras energías. Caminar hacia él incesantemente aunque sea con algunos retrocesos. Aceptar la lenta maduración de todas las cosas, comenzando por nuestra propia alma. Aspirar siempre a más, pero no a demasiado más. Dar cada día un paso. No confiar en los golpes de la fortuna’.
Ya lo dijo también nuestra fundadora, Dolores Sopeña: “Me gustan los espíritus alegres”.
Con alegría, es esfuerzo no pesa tanto.