Hacía ya tiempo que venía dándole vueltas a la cabeza para ver cómo, de qué manera, era capaz de empatizar con mis alumnos, para que me vieran como a uno de ellos, que supieran que podían confiar, que no solo era ese profesor que durante hora y media les da clase y luego se va a su casa.
La vida son retos, objetivos, metas, sensaciones, sentimientos…
Debido a la complejidad del alumnado -almas de varias nacionalidades, culturas y religiones-, mi primer anhelo fue hacerles ver que todos somos iguales, compañeros de travesía, de aprendizaje de una lengua y una cultura diferente a las suyas y extraña, en algunos casos.
Aunque todos estamos en el A2+ de Español para Inmigrantes, el nivel es similar pero no igual. Por ello nos comprometimos a tirar juntos del “carro”, con la intención de que nadie se sintiera rezagado, y creo sinceramente que lo hemos conseguido.
Usamos varias técnicas de implicación, exposición en clase de temas propios de cada cultura (folclóricos, culinarios, sociales, de género…). Hemos trabajado mucho con estas experiencias, que nos han valido para que las personas que conviven en el aula con diferentes culturas hayan podido exponer al resto sus puntos de vista acerca de las tradiciones, concretamente los musulmanes, que acaban de pasar el Ramadán (mes sagrado).
Todos iguales, todos diversos, todos respetuosos, todos solidarios, todos amigos. La experiencia, maravillosa. Por lo que a mí respecta, me han aportado mucho, sin duda más que yo a ellos, ya que es muy fácil enseñar a quien quiere aprender.
El final del curso está muy cerca y todos, profesor y alumnos, sentimos, sin expresarlo, que hemos formado parte de algo que ha sido muy especial y que nos valdrá en nuestro futuro más inmediato. No solo hay que saber manejarse con la lengua, sino con los sentimientos, ser empático, solidario, honesto y generoso.
Ahora ya estoy pensando en el curso que viene, en nuevas ideas y proyectos. Esto es un “no parar”. ¡Y que sigamos así mucho tiempo, ilusionando e ilusionándonos!