Durante el pasado 28 de mayo, un día que recordaremos como del día del apagón, todo el país se quedó sin suministro eléctrico, se fue a negro, pero hubo dos pueblos, en León y en Cantabria, en los que la luz siguió brillando.
Estaban preparados, no fue casualidad.
Nuestro Centro Sopeña Madrid no fue de los afortunados, no tuvimos luz, pero también siguió brillando. Y tampoco fue casualidad.
A pesar del imprevisto, alumnas y alumnos siguieron trabajando en sus clases de peluquería, estética, atención sociosanitaria… Por todas partes se veía la incertidumbre y surtían preguntas, pero el engranaje está bien engrasado y siguieron con normalidad, mientras les íbamos informando de lo poco que sabíamos.
Se ayudaron entre compañeros con absoluta naturalidad. Si en peluquería faltó el agua caliente para aclarar esas cabezas que se quedaron lavando a medias, el resto de estudiantes dejaron lo que estaban haciendo para aportar ideas y terminar cuanto antes, con agua fría, eso sí, porque milagros, milagros no hubo.
El alumnado que estaba haciendo prácticas, que también se quedó a medias, acortó su tiempo para cedérselo a los que aún no habían terminado.
Cuando inevitablemente hubo que cerrar, la salida fue tranquila y la empatía por la falta de información que podíamos darles, brilló con luz propia.
La colaboración, como siempre, del equipo docente del Centro, que se puso en contacto con sus estudiantes como buenamente pudo, fue inestimable.
Aun así, hubo algún malentendido, y alumnos y alumnas que no recibieron los mensajes, se presentaron cuando el centro estaba todavía cerrado, pero la tolerancia ante el imprevisto fue total.
También fue reposada y sin sorpresas la vuelta a las clases.
La palabra clave fue comprensión y aportar luz cuando reina la oscuridad.
“Un discípulo y una comunidad cristiana son luz en el mundo cuando dirigen a otros a Dios, ayudando a cada uno a experimentar su bondad y su misericordia” (Papa Francisco I).