No hace mucho, un día paseando por Madrid, me iba fijando en los nombres de las calles. Muchas hacían alusión a alguien.
Según caminaba, pensaba en esas personas que fueron protagonistas de estos acontecimientos. Todas ellas han dejado un rastro imperecedero, muchas de bondad y, aunque ha pasado el tiempo y ya no están, siguen teniendo nuestra admiración. Por eso están ahí.
Caminando por la plaza de la Villa puse mi vista en la torre de los Vargas. Esta familia acogió en su casa a un labrador, hijo de labradores y esposo de santa María de la Cabeza. Se llamaba Isidro, hoy patrón de Madrid.
Siguiendo su rastro me vi en la plaza de la Paja, donde en aquellos años en los siglos XI y XII, la paja era medio para el transporte, ya que era alimento de los animales igual que para calentar las casas.
En ese mismo lugar la capilla del Obispo donde estuvo el sepulcro del santo.
Allí mismo estaba la antigua casa de los Vargas, conocida por los condes de Paredes. En este palacio vivió y murió san Isidro. Indagando un poco, descubrí que era un hombre de renuncia.
Como trabajaba con una familia distinguida, que le trataba muy bien, lo que tenía, todo, se lo daba a los más pobres. Su vida, comida, privilegios… lo dio todo por ellos y eso que, él mismo, era un humilde trabajador, pero, claramente, un hombre con valores.
En nuestros tiempos la renuncia no es un valor que se cotice. Ser solidario y misericordioso no se entiende.
San Isidro con el tiempo ha sido apreciado como un hombre de gran bondad, que se identifica con los más pobres, los mendigos.
Tal vez esta faceta se ha destacado tanto, que nos hemos olvidado de su actitud de dejarse llenar de Dios para darlo todo.
Modelo de fe, de valores, contagiaba confianza. Despertó ilusión en las desgracias de su tiempo, en especial entre los que pasaban hambre y no tenían qué comer.
En el Centro Sopeña Madrid, lo tenemos como un ejemplo de vida. Hombre pobre de palabras y abundante en Hechos de caridad y misericordia. Con él, muchos hemos aprendido que el camino del amor y la paz interior está en la entrega a los demás.